BASAJAUN

Basajaun, el Señor del Bosque. Dibujo: Rakel Alzate

Ante tanta confusión sobre lo que es un bosque, pensamos, que quien mejor podía aclararlo no era otro que el mismísimo Basajaun. La tarea no parecía en principio fácil, pues primero había que encontrarle, y a quién le tocó la tarea, al que tuvo la idea.

Anduve montes y valles, pregunté al duende del haya trasmocha de Murua, al árbol que bosteza de Andagoia, al lirón gris de Barazar. Cuando ya desistía, pensé que para encontrarle debería encontrar un verdadero bosque, eso que tantas veces había oído en la Universidad, un bosque maduro.

Lirón gris de Barazar. Foto: Iosu Ibarrondo

Recordé las lecciones aprendidas en otro contexto: un bosque de compleja estructura y composición vegetal, formado por árboles autóctonos de diferentes especies y edades, de árboles viejos con numerosos huecos y abundante madera muerta; variado sotobosque y la presencia de diferentes especies de animales y plantas bioindicadoras de su madurez. Así dí por fin con él en un recóndito valle en las inmediaciones del Gorbeia, del que comprenderéis no diga el nombre.

Rodeado de plantaciones de pinos, autovías y cemento, Basajaun se refugia en una de las últimas islas autóctonas, cada vez más pequeñas, que aún le quedan, milagrosamente salvada por el desinterés de los hombres debido a su fuerte pendiente, al suelo rocoso e inhóspito del lugar.

Recostado sobre un haya , le encontré desmejorado, cansado de tanto tener que cambiar de casa. Como si llevara tiempo esperándome aceptó que le hiciese mis preguntas sabedor de mis intenciones.

A mi pregunta sobre lo que era un bosque, simplemente se encogió de hombros; enseguida comprendí, si había dado con él, un verdadero bosque debía ser algo parecido a éste en el que nos encontrábamos. De todos modos me invitó a que le acompañase.

Me llevó a un lugar donde los arándanos crecían tan espesos bajo nuestros pies que no tocabamos el suelo; pacientemente llenamos un cesto, también recogimos marrubis y entre la hojarasca unos cuantos boletos.

Entre el silencio, tan sólo roto por el chasquido de nuestros pasos, empezamos a escuchar el toqueteo de las gotas de lluvia sobre las hojas, primer filtro protector a la fuerza erosiva del agua sobre el suelo. Las gotas escurrían lentas por los troncos y caían suaves sobre el segundo filtro protector, el manto de hojarasca y musgos. La gruesa capa de hojas, ralentiza la velocidad del agua que sigue su curso tierra adentro para encontrarse con las entretejidas redes de micelios y raíces a través de las cuales los árboles absorben la que necesitan. Placada la sed el sobrante seguirá su curso filtrada para resurgir de nuevo en fuentes, arroyos y ríos, días incluso después de haber llovido.

Hojarasca. Foto Jon Maeso

Cascada en el Altube. Foto Jon Maeso

En el agua íbamos pensando cuando, como si de un espejismo se tratase, apareció ante nuestros ojos una hermosa cascada en medio del hayedo. El mirlo acuático al vernos desapareció tras la espuma, como para demostrarnos que ese agua cristalina, oxigenada y pura era apta para beber, eso que nosotros llamamos potable.

Mirlo acuático. Foto: Txemi

En estos andares por el bosque, reconocimos las huellas del tejón en el barro, escuchamos el eco del tamborileo del picapinos en la madera muerta de un viejo roble. El viejo roble muerto por el suceder de los años y por ser uno de los pararrayos naturales, estaba, sin embargo, más vivo que nunca: en una grieta del tronco, el trepador azul tenía su yunque; en un viejo agujero del picapinos se oía el piar de los pollos del carbonero; en una rama una ardilla dormitada al calor de los rayos de sol que se abrían paso entre el espeso follaje. Y en lo más alto, paradojas del destino, para quienes forman la base de las cadenas tróficas, en una horquilla natural, los pollos del azor se emplumaban veloces por la enorme cantidad de volanderos que por esta época forman parte de su dieta.

Fue así pasando la mañana y decidimos hacer un alto en el camino para refrescarnos y degustar los suculentos frutos que habíamos recogido. Mientras descansabamos sobre unos mullidos asientos musgosos observamos una vivaracha comadreja que al silencio de nuestros pasos reanudó su vida cotidiana.

Tras una breve siesta reponedora, acompañé a Basajaun a su constante e infatigable tarea cotidiana.

Basajaun. Foto: Maite

Cogió una azada y me dio otra, un saco repleto de bellotas, avellanas y otros frutos del bosque. Y se fue, no a un claro, allí ya se encargará el propio bosque de sustituir al árbol tumbado por la nieve, el viento o por el simple paso del tiempo, sino al lindero, allí donde se acaba el bosque y empieza el “gran claro” de los hombres.

Pero Basajaun no se encontraba solo, contaba con la inestimable ayuda de algunos aliados del bosque.

El siempre escandaloso arrendajo tenía encomendada la importante labor de sembrar bellotas en los lugares más inverosímiles, allí donde Basajaun no accedía con su azada; en el hueco de un haya trasmocha, entre unas peñas en la pendiente, en un huerto abandonado por un hombre cansado, o simplemente dejaba caer algunas al arroyo para que el agua las llevase curso abajo y creciesen junto a los hombres.

Y así día a día, metro a metro, el bosque se iba extendiendo, sin que nadie se percatase de ello.

Cercana ya la noche el ladrido de un corzo nos avisó de que era hora ya de recoger. Un ciervo volante iniciaba su torpe vuelo amoroso y el resto de seres del bosque esperaban ya el cambio de turno: ginetas, murciélagos, erizos, etc. Cansados nos refugiamos en una de las numerosas cuevas y preparamos una suculenta mesa. La leña caída nos sirvió para cocinar y calentarnos. Recuerdo el ulular del cárabo fuera y que poco a poco el sueño me fue invadiendo, la comida, el calor, el cansancio, las emociones, la somnolencia provocada por las amanitas. Fue cuando conocí a los otros seres del bosque: lamias, duendes, hasta la mismísima Mari y a aquellos que hace ya tiempo habitaron el bosque y que huyeron a otros más frondosos, el urogallo, la marta, el lince, el lobo y hasta el mismo oso.

Foto: Txemi

Entonces por primera vez escuché a Basajaun, que en nombre de todos los seres del bosque tomó la palabra:

“El bosque es nuestro hogar, un lugar para vivir, no es sólo un conjunto de árboles, es un conjunto de seres vivos y muertos interrelacionados entre sí mediante complejas relaciones de interdependencia, desde las cadenas tróficas, a la polinización de las flores de los árboles por los insectos, las micorrizas, la descomposición de la materia orgánica. Un bosque es en sí mismo un ser vivo en el que todos sus miembros son indispensables y del que aún no conocéis ni una mínima parte de sus imbricadas relaciones ni de las aplicaciones que os pueden aportar a vosotros humanos que un día vivisteis en los árboles”.

Interdependencia. Foto: Javier Alonso Torre

Extrañado por este vocabulario, más propio de un profesor universitario, entendí que Basajaun sabía mejor que nadie cómo habían entretejido esas relaciones todos los seres del bosque que llevaban evolucionando conjuntamente desde hace cientos de años porque él lo había visto con sus propios ojos.

En este delirio me despertó el ruido de una motosierra, ya no estaba Basajaun. Pero al mismo tiempo que hallé la respuesta a mis preguntas un presagio me recorrió el cuerpo,

si desapareciese el bosque Basajaun desaparecería con él.

Basajaunarekin topaketa

Basoa zer den galderari erantzuteko, Basajaun bera baino hobeagorik ez zegoela pentsatu genuen. Zeregina, ordea, ez zen erraza konpontzen. Lehenengo eta behin Basajaun aurkitu behar genuen; eta nori tokatu zitzaion eginkizuna? ba… ideia izan zuenari, hain zuzen.

Mendirik mendi eta haranez haran ibili nintzen. Muruako pago-motzeko iratxoari galdetu nion, Andagoiako aharrausika dagoen zuhaitzari, baita Barazarko muxar grisari ere, eta justu etsitzeko zorian nengoela, zera pentsatu nuen: “Basajaun aurkitu ahal izateko ezinbestekoa da bene-benetako basoa bilatzea, hots, jatorrizko basoa, nik unibertsitatean hainbestetan entzunda”.

Ikasitako ikasgaiak gogoratu nituen: landare-konposaketa eta egitura konplexua duen basoa, espezie eta adin ezberdineko jatorrizko zuhaitzek osatuta, hutsunez beteriko enborrak, egur hilda eta ustela, era askotako oihanpea eta bioadierazleak diren animalia zein landareak dituena. Azkenean, Gorbeialdeko haran ezkutu batean aurkitu nuen baina… ez dut izena aipatuko.

Egur hilda. Argazkia: Javier Alonso Torre

Pinudi-landaketa, autobide eta zementuz inguratutako azken baso-irla autoktonoan babesten da gure Basajaun. Baso hau gero eta txikiagoa da, bere malda piko-pikoa eta lur harritsuak salbatu du.

Pago baten kontra etzanda zegoela aurkitu nuen. Makal eta nekatuta zegoen etxebizitzaz etengabe aldatu behar zuen eta. Luzez, nire zain izango bailitzan, nik egindako galderak onartu zituen nire intentzioa aldez aurretik zekiela. Nire, basoa zer zen, galderari erantzunterakoan kikildu zen; berehala ulertu nuen: Basajaun aurkitu banuen benetako baso batean nengoen. Basajaunek bera laguntzera gonbidatu ninduen.

Leku hartan ahabiak hain ugari sortzen ziren non gure oinek ezin zuten lurra ikutu. Astiro astiro otzara handi bat bete genuen eta bide batez marrubi eta onddo batzuk hartu.

Gure urratsek apurtzen zuten isiltasu hartan, hostoen artean euri tantak entzuten ziren (higaduraren aurkako lehenengo iragazkia). Poliki poliki euri tantak enborretatik limurtzen ziren eta goxo-goxo erortzen ziren bigarren iragazki babeslearen kontra, hau da, orbela eta goroldiak.

Arrabio. Argazkia: Jon Maeso

Orbelaren geruzak uraren abiadura moteltzen du eta astiroago iragazten da horrela, mizelio eta sustrai-sareek askoz hobeto zurrupatzen dute behar duten ura. Egarria asetu ondoren, urak bere bideari jarraituko dio, iragazita, geroago iturrietan eta erreketan berriro sortzeko.

Baso-igel gorriak. Argazkiak: Txemi

Egarri ginela eta ez ginela, hara non agertu zen gure begien aurrean, ur-janzi eder bat pagadiaren erdian. Ur-zozoak gu ikusi bezain azkar, ziztu bizian desagertu zen bitsaren atzean; ur gardena, oxigenatua eta edateko ezin hobea zela erakutsi nahi zigun.

Basotik izandako gure ibilaldian, azkonarraren oinatzak somatu genituen lokatzean grabatuta, hildako aritz baten enborrean okilaren danbor-hotsa entzuten zen. Zaharraren zaharren edo tximistorratz naturala izateagatik hildako aritza bizi-bizirik zegoen ordea: enborraren arrakala batean, garrapoak bere ingudea zeukan; okilaren aintzineko zuloan (habian) kaskabeltzaren txitoak ari ziren txioka; hostotza trinkoa zeharkatzen zuen eguzki-izpi batek lo eragiten zion adar baten gainean kokatutako katagorriari. Basoko goieneko tokian aztorearen txitoak ikusten ziren gero eta sendoago, azkar lumaberritzen, nahi zuten beste elikagai (beste txori txikien txitoak) nonahi ugaritzen zirelako.

Amilotxa. Argazkia: Txemi

Hala pasatu zitzaigun goiza, orduan, etenalditxoa egin genuen hartutako fruituak asai dastatzeko. Goroldiozko jezarlekuen gainean atsedena hartu bitartean, erbinude zaluak bere eguneroko eginkizunari ekiten zion.

Lo-kuluska labur eta sendagarri baten ostean, Basajaun lagundu genuen bere eguneroko zereginean.

Aitzur bana hartu eta saku bete hur zein ezkur eman zidan. Basajaunek ospa egin zuen baina ez basoko soilune batera, hantxe basoak berak elurrak, haizeak edo denborak botatako zuhaitza ordezkatzen du. Basajaun ordea, basoko mugara joan zen, muga horretan gizakien “soilune handia” hasten da.

Esku zurratuak , aitzurraz erabilitako zalutasuna eta animaliei nahiz landarei buruzko ezagupen zehatzak bere jardueraren ezaugarriak ziren. Hemen aritza sortuko da katagorri, arratoi eta insektuentzat; hor, erreka ondoan sahatsak eta haltzak tarientzat eta amuarraientzat. Hau lizarra bat ardiei itzala emateko; elorri zuriak kirikiño eta azerientzat; intsusa txinbo bidaiarientzat eta otsolizarra birigarroei jaten emateko baita negurako gorostiak ere.

Azeria. Argazkia. Txemi

Basajaun ez omen zegoen bakarrik basoan, laguntzaileak ere bazituen.

Beti iskanbilatsua zen eskinosoa ezkur-ereinzalea zen; batez ere leku izkutuan ereiten zituen, Basajaunaren aitzurra heltzen ez zen leku eta zokoetan: Pago-motz baten hutsunean, arkaitzen artean, nekazari batek abandonatutako ortuan edo ezkurrak erortzen uzten zituen erreka gainean urak basoan behera eraman zitzan.

Horrela, egunez egun, metroz metro inor konturatu gabe basoa poliki-poliki zabaltzen ari zen.

Orkatza. Argazkia: Txemi

Ilunabarrean, orkatzaren zaunkak berandu zela adierazi zigun, itzultzeko ordua. Arkameluak, berriz, bere hegaldi traketsa hasten zuen eta basoko gainontzeko biztanleak gauaren zain zeuden, gauzaleak direlako horiek: ginetak, saguzaharrak, eta kirikiñoak besteak beste. Han, nonbait azaltzen zen kobazuloan babestu ginen afariari ekiteko.

Eroritako adar lehorrez baliaturik gorputza eta afaria berotzeko sua egin genuen. Kanpoan urubiaren uluka gogoratzen dut. Loak hartu ninduen ozta-ozta, afaria, beroa, nekea, emozioak edo seguraski amanitek eragindako logurea; hori bai ametsa! Halaxe ezagutu nituen aintzineko (garai bateko) izaki mitologikoak: lamiak, iratxoak, Anboto Mari; horiek guztiak basoaren munduarekin egiten zuten bat. Orain desagertuak diren animaliak, esate baterako: basoilarrak, katamotza, otsoa…

Zegoeneko Basajaunen ahotsa entzun nuen. Basajaun animalia guztien ordezkari gisa hasi zen berbetan:

“Basoa, guretzat, ez da zuhaitz multzo bat soilik. Bizilekua dugu. Izaki bizidun eta hildakoen arteko harreman-sare konplexua. Elkarren menpekotasunezko harremanak: Elikagai-kateak, polinizazioa (Insektuek honetan duten garrantzia), mikorrizak, materia organikoaren usteltzen prozesua eta abar luze bat. Basoa, berez, izaki biziduna da, osotasunean hartuta. Ezin bestekoak dira basoko partide guztiak, hala ere, zuek harreman horietaz oso gauza gutxi dakizue are gutxiago harreman horiek egin ahal dizkizueten mesedeak osasunerako”.

Zapelatz. Argazkia: Txemi

Basajaunen hizkerak sor eta lor utzi ninduen. Unibertsitateko irakaslearena ematen zuen. Antza denez, Basajaunek beste inork baino hobeto ulertzen zituen basoko izaki guztien arteko harremanak. Bazekien harreman horiek, mendetan zehar, nola garatu ziren ber begiekin aspalditik ikusita baitzeukan.

Haluzinazio hartan nengoelarik, motozerra batek eginiko zaratak bortizki esnatu ninduen. Basajaunen arrastorik ez, dena den, nire galdereen earantzuna aurkitu nuen. Hunkituta, iragarpen hau sentitu nuen gogoan:

Basoa desagertuz gero, Basajaun ere berarekin desagertuko litzateke.